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Numero 11 (2008)
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El naturalista delirante de Los cuentos de vacaciones
por Mª Carmen Martín Granados
IES Antonio de Mendoza
 ... el universo                              
habla mejor que el hombre.

José Martí

Escribir en una revista de divulgación científica es una osadía para alguien dedicada a la literatura. Lo sé. No sólo por la cuestión obvia de la especialización de saberes y de los inmensos agujeros negros que esto genera, sino por la barrera y los límites que nos impone nuestro horizonte ideológico desde que empezamos a formarnos. Es la tan traída y llevada cuestión de las ciencias o las letras, una cuestión relativamente moderna, como veremos. Elegir la obra literaria de don Santiago Ramón y Cajal como tema de este artículo justifica, sólo en parte, tal atrevimiento, pero, como se verá, la cuestión no es tan simple y, si tenemos suerte, nos estallará en las manos.

El ojo y la luz en aquel fin de siglo

El tema que vamos a proponer para empezar no es otro que el tema de aquel tiempo (que sigue siendo el tema del nuestro), el tiempo de Zola y el de Claude Bernard, el de Cajal y el de Baroja, el de Taine y Brunetière…: el inconsciente ideológico del positivismo y el cientifismo.

Positivismo y Naturalismo literario. Si en algún momento ciencias y letras entrelazan sus mitologías, si en algún momento la literatura está “contaminada” de los temas científicos es en este fin de siglo. No sólo porque las letras y el arte, la literatura, quieran adoptar el método positivo, sino porque éste se ha convertido en la única forma de mirar la realidad, de conocerla. Porque de pronto, la realidad existe (ya no es “lo otro”, ni es un a priori), la realidad no se va a cuestionar... A la vez que ocurre esto, atendemos al momento en que nace una separación drástica entre las disciplinas científicas y las humanísticas, precisamente por la posibilidad de aplicar o no el método positivo (de ser útiles o no serlo), pues este método será a partir de ahora la única forma de conocer: conocimiento científico (en este sentido) será igual a conocimiento. La separación, tal como hoy la concebimos, es algo, como decíamos, relativamente moderno, auspiciado por las necesidades del sistema y, por tanto, por la escuela.

Aunque las bases siempre hay que buscarlas en el racionalismo dieciochesco, en el XVIII el modelo de intelectual era el filósofo (si nos remontáramos al Renacimiento tendríamos que hablar del sabio total). Será en el siglo XIX cuando cobren un protagonismo inusitado las Ciencias de la Naturaleza. De alguna manera, serían las “necesidades reales” (como dice Comte[1]) de la sociedad, de la industria, las que posibilitaron el desarrollo de la ciencia, ya que la industria está interesada siempre en un tipo de saber que le permita el control instrumental de la Naturaleza. Necesita dominar los recursos naturales con el fin de producir. En ese contexto, evidentemente, uno de los valores principales será el utilitarismo. Y de ahí viene, precisamente, el prestigio de las ciencias positivas. El “saber por el saber” no interesa a la industria, sólo el “saber para prever”, para modificar, es rentable. Hasta este momento el prestigio lo tenía el filósofo, a partir de esta segunda mitad del XIX, cobra un prestigio nuevo este tipo de conocimiento útil. La revolución industrial implicará utilitarismo, materialismo y realismo.

Lo que caracteriza la mentalidad cientifista, que no hay que confundir con la científica, es la pretensión de objetivarlo todo, de no conocer más que la objetividad, de integrar el mundo humano en el mundo de los objetos. Y esta mentalidad se hizo dominante en la segunda mitad del siglo XIX, condicionó toda la epistemología, la concepción del saber, del conocimiento y estableció un estatus que separaba claramente los saberes útiles, los que utilizaban el método positivo, de los que no. Pero de eso seguiremos hablando más adelante. Lo que por el momento nos va a interesar es el ojo que mira en este final de siglo XIX, el mismo ojo que lee en la Naturaleza o en la naturaleza humana, el mismo que mira la sociedad o los hechos naturales para describirlos en los textos literarios o científicos.

El ojo que mira cree en la realidad, en que la naturaleza es lo no-otro, somos nosotros. El ojo que interroga obtiene respuestas. La Naturaleza responde porque se ha cambiado la cuestión. La pregunta ahora no es el por qué, sino el cómo.

Como ha declarado Claudio Bernard, el investigador no puede pasar del determinismo de los fenómenos; y su misión queda reducida á mostrar el cómo, nunca el por qué, de las mutaciones observadas. […]. Previsión y acción: he aquí los frutos que el hombre obtiene del determinismo fenomenal.[2]

Se trata de esperar, mediante la observación, que los fenómenos revelen. Una vez que esto ocurra, la descripción será igual al conocimiento. No interesa, ni es posible, otro tipo de saber. Porque lo que se busca es prever, controlar esa Naturaleza. Es más, ése es el sentido primero de la frase de Wittgenstein, sólo se puede hablar de los hechos naturales, de los fenómenos. Lo demás es metafísica y, de eso, no se puede hablar. Por eso, la filosofía se vuelve más que nunca hacia la ciencia (o se separa completamente de ella, claro).

Y precisamente, por lo mismo, es por lo que la literatura, de pronto, también consiste en describir. Estamos en la época llamada del Realismo. Describir es conocer y conocer permite prever. Por otra parte, la medicina y la biología lo impregnan todo. El cuerpo social es concebido como un organismo vivo; si está enfermo, hay que sanarlo, y la literatura acude a esa tarea heroica y moral. Llama la atención la fe que se tenía en la posible “utilidad” del discurso literario, la fe en el poder moral que la literatura podía tener en la sociedad. Hoy ha desaparecido. Pero entonces existía, en aquel entorno medicalizado. Realismo y Naturalismo. Balzac y Zola. La Novela Experimental de Zola es una obra paralela a la Medicina Experimental de Claude Bernard (si hubiera sido por Zola, éste hubiera llamado a sus obras Estudios en vez de novelas). Claude Bernard diseccionaba cuerpos para mirar en el interior. Las prácticas viviseccionistas de Bernard fueron, y siguen siendo, muy controvertidas. No es anecdótico que su mujer se separara de él en 1869 y fundara, junto a sus dos hijas, un asilo para perros y gatos, con lo que expresaba su oposición a las prácticas del marido. Bernard estaba completamente obsesionado con su experimentación. Zola pretende hacer lo mismo con la sociedad. Busca el medio social dentro del individuo. Analiza la sociedad diseccionando al individuo. Juan Carlos Rodríguez[3] nos dice que se trata del descubrimiento del interior, de que, incluso el medio, está en el interior. Sin duda es así, pero la revolución es pensar en el interior, no buscando alma o espíritu alguno, sino “ese admirable artificio de la vida”[4] que no es más que materia.

Pero no olvidemos el punto de partida. El ojo que mira, porque observando la naturaleza, el cuerpo humano y el cuerpo social revelan unos comportamientos que se repiten y que podemos convertir en leyes para poder preverlos. Cajal estaba obsesionado con esto, con la mirada analítica, por eso, sus dibujos, sus estudios de óptica y de fotografía. Por eso, su intento de ir más allá de lo que el ojo humano puede captar. Con un ojo más potente, como el microscopio, es mucho más lo que se puede observar y lo que la Naturaleza nos puede decir.

La fe de Cajal en la ciencia y en lo que a los científicos les queda por descubrir es infinita, lo mismo que la fe de su época, la época del ferrocarril y las fábricas, en el progreso. Era, además, una concepción direccional del progreso, hacia adelante. La literatura también se tuvo que convertir en una herramienta útil, cientifista. Su utilidad será moral. Pero no sólo la literatura lo intentó. Las disciplinas humanísticas, en general, lo intentaron. Cajal nombra en su discurso de ingreso a la Academia de las Ciencias al filósofo Taine. Curiosamente, también Zola alaba el estudio del sociólogo sabio. Según Zola, lo escudriña todo como un anatomista haría con un cuerpo. Taine, conocido hoy como crítico literario, es otra de las figuras de la época que nos sirve para ejemplificar la analogía que se establece entre el mundo natural y el mundo cultural. En su Ensayo sobre las fábulas de Lafontaine (1853), Taine nos dice:

Se puede considerar al hombre como una especie de animal superior que produce filosofía y poemas poco más o menos como los gusanos de seda producen sus capullos y las abejas sus colmenas.

Los ejemplos nos sobran. Brunetière (no tan del gusto de Cajal[5] y a pesar de lo que él nos cuenta) en La evolución de los géneros en la historia de la literatura (1890) compara los géneros literarios con organismos vivos, con especies biológicas y aplica la teoría de la evolución de las especies a la vida de los géneros. Hay un intento de trasvase del método positivo a todos los ámbitos del conocimiento y una “contaminación” semántica por la que aúlla el inconsciente ideológico del momento.

Cajal, el naturalista delirante

Yo debí seguir el rumbo marcado por mi voluntad y mis aptitudes: estudiar y resolver, en la medida de mis fuerzas, los arduos problemas de la Mecánica, de la Física y la Química, en sus relaciones con la industria, esa hada prestigiosa a que deben su riqueza y poderío todas las grandes naciones; mas ¡ay! los irresistibles atractivos de la vida social […] dispersaron mi actividad, apartándome del sano, del útil, del regenerador camino de la producción científica e industrial.[6]

Sano, útil y regenerador es el camino de la ciencia y de la industria. Tres adjetivos que resumen a la perfección lo que venimos diciendo. Para don Santiago Ramón y Cajal la dedicación a la ciencia es una cuestión de utilidad social y de necesidad moral, es el camino hacia la regeneración del país. La figura de Cajal encaja perfectamente dentro del Regeneracionismo de fin de siglo que tenía a Joaquín Costa como máximo exponente o al Ortega y Gasset de sus primeros escritos, cuando hablaba del “agarbanzamiento nacional”[7]. La palabra regeneracionismo se enmarca perfectamente en la concepción cientifista de la sociedad. No hablan de revolución, sino de regeneración. Analizan la raíz de los problemas y proponen la solución: la acción educadora de la élite intelectual del país, la pedagogía. El país necesitaba un cambio de rumbo, una modernización cuyo modelo es Europa. La educación es la clave para esta transformación. Ése es el el sentido de regenerar, rehacer al español por medio de la educación. Y ése fue el objetivo de la Junta de Ampliación de Estudios que desde 1907 presidió Cajal. Esta institución facilitaba precisamente que los jóvenes entraran en contacto con la producción intelectual europea. Los becaba para salir al extranjero y también les traía a intelectuales de la talla de Einstein. Para esta modernización de España era necesaria una acción intelectual y ésta pasaba por la necesidad de formar científicos. Como venimos diciendo, modernización, tecnificación y ciencia van unidas.

El mismo Cajal del que venimos hablando, el observador que dibuja, que fotografía, que mira por su microscopio, el científico… tiene una curiosa obra literaria que llama poderosamente la atención. Nos referimos a sus Cuentos de vacaciones, una recopilación de relatos escrita alrededor de 1887 y corregida y publicada en 1905. Se trata de cinco cuentos o novelas cortas donde los elementos de la ciencia están no sólo presentes y tratados con máximo rigor, sino donde la narración se subordina, en muchas ocasiones, a ellos. En algunos de éstos, como en “El pesimista corregido”, se diría que roza el género de la ciencia ficción. El delirio por mirar de nuestro autor le hace crear un personaje que de pronto se despierta y comprueba que sus ojos son como un microscopio que aumenta la resolución de todo lo que ve. Es el delirio de un naturalista.

Hay varias cosas que llaman nuestra atención. Comencemos por el título: Cuentos de vacaciones. Narraciones seudocientíficas. Fijémonos en el sintagma “de vacaciones” y en “seudocientíficas”. Dada la absoluta dedicación de Cajal al estudio y a la investigación, y dada su concepción de la ciencia, tanto uno como otro nos llevan a pensar en una devaluación del discurso que nos presenta. En los consejos que él da a los jóvenes investigadores llega a recomendar la “polarización cerebral” o la “atención crónica” [8] como virtud necesaria para el investigador. Por eso, “de vacaciones” nos resulta un sintagma sospechoso. El subtítulo o segundo título es “narraciones seudocientíficas”. El prefijo seudo nos vuelve a colocar en la misma línea de sospecha. Cajal nos está presentando un producción como de serie b. La razón de esa subvaloración del discurso literario con respecto al científico no es otra que la función que le atribuye a la literatura en su época frente al casi no-lugar del discurso científico. Repasemos algunas de sus palabras:

El hombre da con más gusto su dinero al que le distrae con la fábula que al que le instruye con la verdad. […]
Vive el pueblo en la esfera del sentimiento, y pedirle calor y apoyo para quien ejercita la razón es empresa tan vana como desatinada. […]
En literatura, como en la oratoria, los entendimientos cromáticos ó dispersivos pueden ser de gran utilidad; pues el vulgo, juez inapelable de la obra artística, necesita del embudo de la retórica para poder tragar algunas verdades; pero en la exposición y discusión de los temas de ciencia pura, el público es un senado escogido y culto: ….
[9]

Por eso, estos relatos están creados desde un doble distanciamiento: desde la devaluación y desde el juego. Devaluación, porque existe una crítica a la imposibilidad de divulgar un discurso hecho desde la razón con la finalidad de instruir (recordemos la importancia que los regeneracionistas daban a la pedagogía), una crítica al discurso del sentimiento frente al científico (no quiere esto decir que Cajal no fuera un gran lector de los clásicos, pero está reivindicando la necesidad de consumir no sólo literatura, sino textos que instruyan, de divulgación científica); y juego, porque está usando al “enemigo” para finalmente instruir o hablar desde la razón. En los textos que analizamos encontramos miles de indicios que nos indican este desapasionamiento del narrador, este distanciamiento, esta desmitificación del papel que lo literario representa en su momento histórico (el de los folletines decimonónicos). Para empezar, podemos comentar el tono demasiado inflado o elevado para ser creíble. No tiene nada que ver con el resto de los escritos de nuestro autor. Diríamos que utiliza la retórica de lo literario de forma hiperbólica y aprovecha para que hable el científico y el naturalista. Se trata de un descanso del investigador, un intento de hacer llegar sus verdades de la única manera que parece posible, de divulgarlas; por eso, el resultado es un tono humorístico y relajado.

Reparemos en la historia del texto. Estos cuentos no se publicaron en 1887. Cajal los dio a conocer, pero no sería hasta 1905, tras algunas correcciones y arreglos, cuando los publicaría. La divulgación en este momento no tiene el mismo sentido que en el siglo XVII cuando Góngora, por ejemplo, prefería distribuir sus poemas entre los académicos y no entre el público, era una cuestión de elitismo intelectual. Ahora es todo lo contrario. Lo que no se publica es porque no se considera a la altura, porque, como parece ser el caso, es sólo un chiste cenacular, un juego intrascendente, o una propuesta de conversación. De nuevo, literalmente, la necesidad de divulgación.

Respecto del narrador, la voz que nos cuenta en 3ª persona todos los cuentos sería un narrador omnisciente más, al estilo decimonónico, si no fuera por dos cuestiones: por este tono que estamos señalando (que le permite dirigirse al lector para hacer sus apartes aclaratorios nunca exentos de humor) y porque sigue siendo un médico que analiza las relaciones humanas desde esta perspectiva. Es un naturalista hasta cuando describe un encuentro amoroso: en uno de sus cuentos, La casa maldita, convierte el encuentro entre los protagonistas, Julián e Irene, en un desorden celular, en un trueque de bacterias.

En aquel enajenamiento de la carne exasperada de amor había algo como ebulliciones de protoplasma fecundo, clamores sordos de células vírgenes de actividad, impulsos centrífugos irresistibles…[10]

En este choque entre la actitud “romántica” y la descripción empírica, entre el tono elegido, la objetividad, y lo que se espera de la descripción de un encuentro amoroso, está la ironía que logra la desmitificación del tópico, del discurso literario como discurso del sentimiento. Es el distanciamiento del que hablamos y la confirmación de que el narrador está jugando.

La ironía es un recurso propio del desapasionamiento de la mirada, de la desdramatización, pero también de la superioridad. La presencia de ésta se puede percibir en todos los niveles de la narración. Pongamos, por ejemplo, un par de ocasiones en las que el narrador se dirige al lector:

Ciertamente, en los libros místicos, en esos admirables tratados de Fray Luis de Granada, de Santa Teresa y San Juan de la Cruz hallaríamos una gama del lenguaje sentimental, si no completo y fiel, lo bastante rico para traducir los sublimes y sobrehumanos arrobos de la carne exaltada por el amor; mas ¡ah!, por desgracia, ese idioma de fuego, único digno de la pasión de nuestros héroes, excede del poder de nuestra inexperta y desmayada pluma. Y así, pues somos médicos, aunque modestos, séanos permitido usar aquí (por ser el único que conocemos algo) el desvaído e incoloro estilo de las descripciones fisiológicas.[11]

Mientras nuestros simpáticos amantes desenvuelven la virginal película de bromuro argéntico (honny soit qui mal y pense), permítase al autor un paréntesis líricobiológico.[12]

A veces el juego o el chiste son explícitos. Recordemos la aplicación de senilina a la esposa del sabio de “A secreto agravio, secreta venganza” y la reflexión final, cargada de mordacidad, pues la ironía es de gran eficacia crítica:

Algunos sociólogos individualistas, preocupados por la creciente amenaza del socialismo y anarquismo, han emprendido (con la consiguiente reserva) ensayos de inoculación de la nueva senilina en las clases desheredadas y conseguido resultados verdaderamente alentadores. No menos interesantes son los éxitos obtenidos recientemente por las misiones alemanas del África central. Según carta del Rv. Schaffer, que a la vista tengo, dicha panacea es un poderoso auxiliar de la evangelización, puesto que debilita notablemente el rudimentario sentido crítico de las tribus negras y apaga el ardor y fanatismo de los santones mahometanos. […] 

Si ello se confirma y semejante vacunación se establece con carácter obligatorio, preparémonos todos a ganar el cielo, después de abandonar la tierra a los despiertos enemigos de nuestra raza. ¡Senilinas a nosotros…, en cuyos cartilagíneos cerebros existen ya en proporciones desconsoladoras tantas misticinas, decadentinas y misoneinas, triste legado de edades bárbaras de una pereza mental de cinco siglos! [13]

El lenguaje, extremadamente retórico (nada que ver con los demás escritos de nuestro autor), funciona en todos los textos como hipérbole humorística, cargada, quizá, de crítica a los fabuladores, como hemos dicho, de su tiempo. En concreto, el léxico elegido (preferir ósculo<7i> a beso o llamar demonios invisibles, monstruos microscópicos o invisibles enemigos a los microbios) es un síntoma más de lo que estamos comentando. Muchas veces, el humor procede, precisamente, del contraste entre el vocabulario elevado que usa y la naturaleza de los hechos o las situaciones risibles que se describen o se nombran:

Un día, trabajando aislado en su laboratorio, vio el doctor, lleno de asombro, sobre el cristal opalino que le servía de fondo para dar resalte a las preparaciones, dos cabellos largos: lacio y rubio el uno, ensortijado y negro el otro, y enlazados en íntimo y redoblado abrazo…[14]

Incluso los desenlaces están resueltos con demasiada ligereza, acudiendo al tópico o insistiendo en el resumen de la moraleja:

Y se casaron…, y fueron felices…, y tuvieron bellos, fuertes e inteligentes hijos…, y llegó la tierna pareja a la ancianidad…[15]

Esta ironía es distanciamiento en el sentido que estamos argumentando. Cajal escribe estos cuentos como juego, como broma dirigida a un cenáculo concreto, como crítica a los escritos de algunos de sus contemporáneos y, en última instancia, como enseguida comentaremos, como conversación. Solamente en las notas a pie de página notamos una voz distinta. En éstas, en la mayoría, parece no ser el narrador el que nos habla, sino el autor, dándonos los datos científicos aclaratorios que necesitamos para completar el sentido del texto o de algunos términos. Esto nos confirma que el lector al que se dirigía Cajal no era un científico, sino que estaba pensando en la divulgación.

Otra cuestión que subyace en Los cuentos es la conversación como mecanismo de análisis. Algunos relatos parecen recreaciones de situaciones, meras excusas para la discusión. Siempre hay una gran conversación. En “La casa maldita” está el gran debate subyacente entre el científico y el pueblo, entre la superstición y la irracionalidad (los males de la nación para los regeneracionistas), la razón y la ciencia. Pero, además, hay una tertulia donde se hacen explícitos todos los argumentos que podíamos entrever. “El hombre natural y el hombre artificial” consiste básicamente en un diálogo entre estos dos tipos de hombre, el científico, el hombre racional, y el que vive preso de los convencionalismos del pensamiento y de la sociedad. Además, a menudo, nos propone un debate moral, como en el primero, “A secreto agravio, secreta venganza”, y, en última instancia, una reflexión. Lo único que matizaríamos es que se trata de una conversación que no llega a ser dialogismo. En realidad, no hay varias voces o puntos de vista. Hay contraste de opiniones o de visiones para destacar lo que Cajal llama “la verdad”, la visión naturalista del mundo. De hecho, el lector, sabe en todo momento con qué personajes simpatiza el narrador, hasta el punto de que es fácil pensar en el biografismo al leer algunos cuentos. Cajal conecta con los narradores de su época en la intención moral que claramente tienen sus escritos, en la finalidad y la utilidad que se le supone al discurso literario. Los cuentos encajan perfectamente con la producción literaria y con el horizonte ideológico de su época. Que un médico escriba un texto literario no es nada disparatado en un momento en que escribir literatura es analizar, en un momento en el que todo el horizonte ideológico estaba medicalizado y, por tanto, la sociedad también se concibe como un cuerpo con problemas. La literatura acude a esa labor moral de analizar-mirar para detectar los problemas, para diagnosticar. La labor del literato es moral, como también lo es la del médico. Por eso decimos, que no están tan alejadas en este momento las posiciones de unos y otros, ni siquiera los métodos. Hay que decir que el naturalismo de los españoles era mucho menos radical que el de los franceses. Los españoles creen, al menos, en la posible regeneración, creen en las posibilidades de la educación, y hacen de su labor investigadora o literaria una cuestión moral, una empresa útil. Cajal añade un narrador distanciado porque, como hemos comentado, subyace una recriminación a la sociedad de su época que no consume un discurso que le instruya, sino que busca solamente el entretenimiento, y a los escritores del momento que le ofrecen al público un discurso sentimental y adornado de retórica cuando lo único que podía paliar los males de la sociedad del momento era la pedagogía. Este distanciamiento le permite el tono humorístico e irónico que tan original resulta en su época.

Notas a pie
  1. Comte, Auguste; Cours de Philosophie Positive, 1842 [Volver a la lectura]
  2. Ramón y Cajal, Santiago (1897); “Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica”, Discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias, 5 de diciembre de 1897. En Los tónicos de la voluntad: reglas y consejos sobre investigación científica, Ed. Gadir, 2005. [Volver a la lectura]
  3. Rodríguez, Juan Carlos; De qué hablamos cuando hablamos de literatura, Comares, Granada, 2002. [Volver a la lectura]
  4. La primera experiencia de anatomía de Cajal con su padre, también médico, trascurre entre las tapias de un cementerio. Desde entonces, nos dice a propósito de esto: “En adelante vi en el cadáver no la muerte, con su cortejo de tristes sugestiones, sino el admirable artificio de la vida”. [Volver a la lectura]
  5. No conviene empero extremar el panegírico de la Ciencia; porque muchos literatos, oradores y artistas, que la desprecian sin entenderla –ó la entienden á la manera de Mr. Brunetière, crítico que en un célebre artículo la declaraba en bancarrota por no haber cumplido lo que jamás prometió, ni está en su naturaleza realizar-, nos atajarían con las siguientes reflexiones: “La gloria, nos dirían, del artista ó del literato es de más subidos quilates que la del científico…” -Ramón y Cajal (1897), Op. cit.-. [Volver a la lectura]
  6. Palabras puestas en boca del hombre artificial en Ramón y Cajal , Santiago (1905); “El hombre natural y el hombre artificial”, Cuentos de vacaciones, Las tres Sorores, 2007. [Volver a la lectura]
  7. Ortega y Gasset; Archivo del centro de Ortega y Gasset (Madrid) 26, carta de 23-XII-1906? Leído en Elorza, Antonio; La razón y la sombra. Una lectura política de Ortega y Gasset; Anagrama, Barcelona, 1984. [Volver a la lectura]
  8. Ramón y Cajal, Santiago (1897); Op. cit. [Volver a la lectura]
  9. Ramón y Cajal, Santiago (1897); Op. cit. [Volver a la lectura]
  10. Ramón y Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit.  [Volver a la lectura]
  11. Ramón y Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit.  [Volver a la lectura]
  12. Ramón y Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit.  [Volver a la lectura]
  13. Ramón y Cajal, Santiago (1905); “A secreto agravio, secreta venganza”, Op. cit. [Volver a la lectura]
  14. Ramón y Cajal, Santiago (1905); “A secreto agravio, secreta venganza”, Op. cit. [Volver a la lectura]
  15. Ramón y Cajal, Santiago (1905); “La casa maldita”, Op. cit.  [Volver a la lectura]


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