Normalmente el hombre es un fiel reflejo del
entorno espiritual y
material en que le toca vivir, pero no siempre es así, y Santiago Ramón
y Cajal es un claro ejemplo de esto último. Una personalidad como la
suya no se dejó llevar por el medio físico y moral que le envolvía y su
trayectoria, consecuentemente, no fue la lógica esperada de un ambiente
colectivo de uno de los peores momentos de la historia de España. Cajal
transitó en sentido contrario a lo que la lógica de la época debía
haberle conducido.
Cajal llega a la investigación científica en el
último tercio del
siglo XIX, en plena crisis del pensamiento idealista en filosofía,
cuando la revolución industrial se ofrece como viva demostración de lo
que es el progreso a partir del cultivo de la ciencia. Es la época de
los grandes inventos y, por tanto, el momento en que Europa asiste al
despegue de los países industriales y cultivadores de la ciencia. Nace
el gran mito de la técnica y en este contexto, el pensamiento
filosófico toma conciencia de que, si quiere seguir poseyendo rango
jerárquico dentro del conjunto del saber, ha de aunarse a la ciencia
positiva.
Este trasfondo filosófico que recorre Europa
recaba en España y cristaliza en un sentimiento crítico que trata de
denunciar su secular retraso cultural. A lo largo del siglo XIX
asistimos a un progresivo movimiento, primero de sospecha, más tarde de
convicción, de no haber hecho, de no estar haciendo lo que un verdadero
europeo tendría que hacer. Además, en los últimos años de dicho siglo,
España se sumía en la amargura de la derrota que conllevaba el
hundimiento definitivo de su imperio colonial. Un conjunto de
circunstancias de sobra conocidas, hacían de España un país atrasado
frente a los demás pueblos de Europa. España declinaba y tan solo en el
aspecto literario se continuaba una gloriosa tradición. Ateneos y
Sociedades congregaban a hombres cultos que se afanaban en discutir
estérilmente sobre toda clase de temas, entre los que la ciencia,
evidentemente, no era de los predilectos.
Todo este conjunto de circunstancias desembocó en
un sentimiento colectivo, inicialmente de culpabilidad y luego de
creadora crítica en los mejores españoles de entonces. Fue la actitud
de la llamada “generación del 98”, expresión afortunada por lo
sintética pero, a la vez, peligrosa porque propende a circunscribir un
complejo momento nacional en un grupo limitado de hombres,
principalmente en unos cuantos escritores. La generación del 98 fue
algo más que el gesto de un grupo literario, representa una noble
reacción crítica ante una grave crisis nacional; reacción que ganó a un
gran número de los españoles que sentían la responsabilidad de su
patria y de su tiempo. Por eso, aquella vasta y amarga reacción fue
fecunda, creadora y, sobre todo, inteligente.
En este ambiente de depresión y pesimismo, irrumpe
Ramón y Cajal. Lo hace, pues, en una España que deambula por una triste
decadencia en la que se hablaba, sí, de regeneración, pero en la que
nadie acertaba con la fórmula eficaz para obtenerla. Y lo que tiene
difícil explicación, incluso hoy, es cómo surgió realmente el “milagro
de Cajal”, cómo apareció una figura tan singular en un medio tan poco
propicio.
Evidentemente Cajal tuvo una sensibilidad innata
que le permitió advertir la esencia de los males que sufría su patria.
Cajal analiza las múltiples causas de nuestro retraso científico y
señala, en primer lugar, la pobreza del Estado. Pero junto a ésta
aparece nuestro aislamiento y, consecuencia de ambas, nuestra
incultura. La resultante es que la ciencia no ha sido, ni es, una
preocupación nacional. Y de esa sensibilidad innata surgió una férrea
voluntad contra toda indiferencia, contra toda resignación y contra
todo pesimismo. Voluntad que le hizo definirse una meta precisa
orientada hacia la producción científica. Y lo hizo a lo heroico,
luchando en condiciones que a cualquier otro le hubiera hecho
retroceder: aislado en la intimidad del laboratorio, con penuria
inicial de medios de trabajo, ante la indiferencia, cuando no el
menosprecio de los colegas de la Universidad, frente a la ignorancia de
los círculos de la ciencia mundial.
Su primer objetivo científico fue la publicación
de su Manual de Histología. En sus Recuerdos
de mi vida expresa las razones que le impulsaban a escribir
esta obra, entre otros motivos:
el
patriótico anhelo de que viera la luz
en nuestro país un tratado anatómico que, en vez de concretarse a
reflejar modestamente la ciencia europea, desarrollara en lo posible
doctrina propia, basada en personal investigación. Sentíame avergonzado
y dolorido al comprobar que los pocos libros anatómicos e histológicos,
no traducidos, publicados hasta entonces en España, carecían de
grabados originales y ofrecían exclusivamente descripciones servilmente
copiadas de las obras extranjeras.
Pero retomemos el tema de la voluntad con la que
Cajal pretende justificar todo su éxito. Efectivamente voluntad es la
palabra que circula en todos sus escritos. Es su palabra predilecta;
más bien obsesiva. Si se le habla de méritos responde; voluntad; si se
le pide un consejo para los futuros investigadores dice: voluntad.
Sorprende de alguien que tuvo que abrirse camino en un medio científico
tan inhóspito como el que se encontró Cajal al inicio de su carrera;
sorprende, decía, oír la siguiente frase que debería estar esculpida en
los frontispicios de todos los centros de investigación nacionales:
Más que
escasez de medios, lo que hay es
miseria de voluntad. El entusiasmo y la perseverancia hacen milagros.
Desde el punto de vista del éxito, lo costoso, lo que pide tiempo, brío
y paciencia, no son los instrumentos sino desarrollar y madurar una
aptitud.
Y junto a la voluntad, el patriotismo. Cuando
decimos que Cajal fue ante todo un patriota, significa que era una
persona movida por un impulso de signo positivo que luchaba por elevar,
mediante su esfuerzo, la gloria de su patria. Y esta concepción, que
alcanzó en Cajal las más altas cotas entre todos los de su tiempo, se
revela de manera constante a lo largo de toda su obra.
Ahora bien, solo a base de voluntad y patriotismo
no se hace la obra de Cajal. Es obvio que en Cajal existía algo más que
él nunca se atribuye, pero que contribuyó de forma decisiva a la
grandeza de su obra. Me refiero en primer lugar a la genialidad, una
genialidad innata que, como veremos, se manifestó de múltiples maneras
a lo largo de su vida aunque en los estudios histológicos es donde más
habituados estamos a cruzarnos con ella.
Voluntad, patriotismo, genialidad, … y ética. La
obra de don Santiago es un continuo ejemplo de ética ciudadana que se
mantuvo intacto hasta los últimos días de su vida. Hay numerosos
ejemplos que avalan lo dicho, pero referiré uno de los más
significativos. Cuando el entonces presidente del Consejo de Ministros,
Francisco Silvela crea en 1901 el Instituto de Investigaciones
Biológicas, le encomienda a Cajal la dirección del mismo asignándole un
sueldo anual de 10.000 pesetas. Cajal acepta la responsabilidad pero
solicita por escrito que la mencionada cifra sea reducida a la cantidad
de 6.000 pesetas, petición que fue gustosamente atendida por la
administración. Preguntado Cajal por los motivos de tan insólita
petición contesta:
Primero,
porque no ansío nadar en la
opulencia. Segundo, porque en una edad en la que desfallecen o declinan
mis fuerzas, paréceme abusivo y hasta inmoral, aumentar mis
emolumentos. Y tercero, porque, aún sin querer, columbro siempre al
través de cada moneda recibida, la faz curtida y sudorosa del
campesino, quien, en definitiva, sufraga nuestros lujos académicos y
científicos.
Analizados los pilares sobre los que se basa su
obra, digamos que el resultado de cincuenta y cinco años de actividad
investigadora fueron doscientos ochenta y siete monografías y catorce
libros de carácter científico, que reúnen un enorme caudal de datos y
observaciones de la estructura del sistema nervioso. Pero lo
fundamental en la obra de Cajal es el aspecto cualitativo, o dicho de
otra forma, qué parte de su legado ha sido capaz de sobrevivir a su
autor y superar el juez más implacable que existe en ciencia, el
tiempo. Y es aquí cuando la obra de Cajal empieza a mostrar su
verdadero significado.
Hoy, más de un siglo después de que algunas de sus
publicaciones decisivas vieran la luz, encontramos que su labor
histológica conserva una actualidad rara vez alcanzada en las ciencias
biológicas, una disciplina en continua renovación. Los trabajos de
Cajal siguen siendo frecuentemente citados en las publicaciones
científicas que a fecha de hoy se realizan sobre neurociencia. Pero hay
más: lo que hoy perdura de Cajal y todavía se muestra con proyección de
futuro es su obra como un todo, sin que existan indicios de
modificación. Y eso, en ciencia, ha sido patrimonio exclusivo de un
reducidísimo número de hombres.
Resulta imposible entrar aquí en detalles de la
biografía de don Santiago. Pero al menos voy a señalar que nunca fue un
científico aislado sino un humanista comprometido con su tiempo. Fue
siempre un hombre de carácter sencillo, afable y comunicativo ante la
auténtica y sincera amistad, pero enemigo acérrimo de la hipocresía y
de la adulación. Y también, es justo mencionarlo, Cajal tuvo la suerte
de encontrar, o el acierto de elegir una esposa, doña Silveria, que
siempre le admiró con devoción, y tuvo la sensibilidad suficiente para
darse cuenta de lo que significaba la labor del hombre con el que
compartía su vida.
Los primeros contactos de Cajal con la Histología
se produjeron en 1877, año en el que tuvo que cursar dicha disciplina
como asignatura para la obtención del título de doctor. En aquel
tiempo, la fisiología del sistema nervioso aparecía impregnada del
preconcepto de organismo cíclico. Se suponía, y con
arreglo a ello se investigaba, que la naturaleza se imita a si misma en
las estructuras por ella fabricadas, y dado que las grandes funciones
orgánicas estaban representadas, cada una por un esquema circulatorio,
en el aparato respiratorio, digestivo, urinario y sobre todo en el
circulatorio, se pensaba que la disposición de centros del sistema
nervioso, habrían de obedecer igualmente a un mecanismo circulante y
cerrado. Cuando dentro de esta concepción se descendía al detalle
celular, las hipótesis que trataban de explicar la compleja trama de la
arquitectura nerviosa hablaban de supuestas redes difusas con
participación en ellas de todas o de una parte de las arborizaciones
celulares.
En 1873 se produjo un paso decisivo en las
técnicas de coloración histológicas. Camilo Golgi descubrió, el método
que, en manos de Cajal, revolucionaría el conocimiento del sistema
nervioso. El ilustre italiano dio a conocer su hallazgo en un artículo
escrito en una revista de muy poca circulación pasando prácticamente
inadvertido para la comunidad científica internacional hasta 1887.
El método de Golgi posibilitaba el examen del
tejido nervioso por medio de cortes, pero aplicado tal como lo había
descrito su autor, distaba mucho de la perfección, resultando una
cuestión de suerte el obtener una tinción satisfactoria. En la mayoría
de las ocasiones tan solo se lograban preparaciones de mediana calidad,
razón por la cual la mayoría de los investigadores que lo probaron
abandonaron el método tras los primeros ensayos.
En 1887 Cajal, ya Catedrático en Valencia, viaja a
Madrid como miembro de un tribunal de oposiciones y visita al neurólogo
Luís Simarro, quien le muestra unas preparaciones de médula de mono
teñidas con el método de Golgi. Don Santiago quedó impresionado con las
posibilidades que ofrecía la nueva técnica.
A su regreso a Valencia Cajal comenzó a utilizar
el método de Golgi, perfeccionándolo hasta transformarlo en el método
de la doble impregnación: merced a esta sencilla, pero fundamental
modificación, las preparaciones conducían a imágenes excelentes y
prácticamente constantes. Los resultados no tardaron en llegar. El
primer gran hallazgo se produjo en el cerebelo, órgano en el que Cajal
descubrió el modo real de terminación de las fibras nerviosas en la
sustancia gris, cuestión central para comenzar a resolver la enigmática
organización del sistema nervioso. En su monografía sobre la
“Estructura de los centros nerviosos de las aves”, publicada en la Revista
Trimestral de Histología Normal y Patológica, el 1 de mayo de
1888, aportó evidencias claras sobre la independencia celular.
Aquellos primeros descubrimientos tenían la fuerza
necesaria para destruir las doctrinas imperantes. Desde el 1º de mayo
de 1888, momento en que apareció el trabajo al que acabo de aludir,
hasta el 2 de octubre de 1889, fecha en que publicó su artículo sobre
la “Conexión general de los elementos nerviosos”, es decir, en año y
medio, dio a la imprenta 18 trabajos en los que exponía sus resultados
obtenidos en el cerebelo, retina, médula y lóbulo óptico de las aves,
es decir, la estructura nerviosa central donde éstas integran y
procesan la información visual.
Cajal, plenamente consciente de la trascendencia
de sus resultados, sabía de la imperiosa necesidad de difundirlos
internacionalmente. Para ello disponía de la Gaceta Médica
Catalana y de la Medicina Práctica, pero
la publicación de estas dos modestas revistas, de difusión muy local,
pronto resultaron insuficientes dada su fecunda producción. Ante dicha
situación decidió la creación, a su costa, de la Revista
Trimestral de Histología Normal y Patológica. Aquellos
escasos 60 ejemplares, que se editaban cuatro veces al año, Cajal los
enviaba, casi en su totalidad, a las figuras científicas extranjeras.
En España, lógicamente, la existencia de la Revista pasó desapercibida
y en el extranjero casi nadie prestó atención a aquellos trabajos que,
escritos en castellano, ofrecían las nuevas verdades de la histología.
Llegado a este punto, ya sólo quedaba la opción de
acudir personalmente a la cuna de la ciencia europea del momento y
presentar los hallazgos logrados. Ofreció ocasión propicia a este
alarde de auto confianza la reunión que la Sociedad Anatómica Alemana
debía celebrar en la primera quincena de Octubre de 1889 en la
Universidad de Berlín, centro neurálgico del pensamiento mundial a
finales del siglo XIX. Cajal tuvo que financiarse el viaje con recursos
propios, al negársele cualquier tipo de ayuda oficial, pero el
resultado fue inmediato. El escepticismo inicial del ilustre Von
Kölliker ante las preparaciones que le mostró Cajal en el mencionado
congreso, se transformó primero en sorpresa y luego en vivo interés
ante las magníficas imágenes que le presentaba aquel desconocido
español. Von Kölliker, pudo, tras encontrarse con Cajal, confirmar
todas las observaciones de este último en apenas un año, de manera que
pronto casi todas las grandes figuras de la neurohistología europea
asimilaron los hallazgos de Cajal y aceptaron su nueva concepción de la
estructura del sistema nervioso.
El mundo científico se asombra de que un español
desconocido sea capaz de realizar tan inaudita hazaña. Se asombra, pero
no duda en reconocer la extraordinaria valía de sus aportaciones. La
consagración internacional no tarda, pues, en producirse. Entre tanto,
en España la figura y el renombre científico de Cajal fueron llegaron
tardíamente proyectados por el espejo reflector del mundo, pero
llegaron al fin.
Derrotada la teoría reticular, la interpretación
fisiológica de la transmisión del impulso nervioso fundada sobre ella,
debía de correr la misma suerte. Las múltiples observaciones realizadas
por Cajal le colocaban en condiciones excepcionales para abordar, con
éxito, el problema funcional. Y lo resuelve, estableciendo el Principio
de la Polarización Dinámica, concepción que, en el orden teórico, es
considerada como una de las más afortunadas de cuantas sugirieron de su
imaginación.
También abordó Cajal el apasionante problema de la
neurogénesis, punto fundamental para entender la formación de las vías
nerviosas y su conexión con los aparatos sensitivos y motores. Las
investigaciones de Cajal en este campo merecen ocupar un puesto
principal entre las que se deben a su genio. La importancia y la
belleza de los descubrimientos son comparables a la de los obtenidos en
el cerebelo o en la retina; y como estos, destruían errores admitidos
como hechos incontrovertibles a la vez que abrían nuevas orientaciones.
En sus estudios, Cajal pudo seguir desde el principio al fin la
evolución y cambios de la célula nerviosa confirmando la realidad
indiscutible de la Teoría Monogenista; es decir, del crecimiento libre
del hilo nervioso procedente de una sola célula. El hecho abría un
nuevo y trascendental interrogante: ¿Cómo una neurona embrionaria
particular “sabe” donde tiene que ir, hacia donde moverse, con qué otra
célula contactar?. Pues bien, en un artículo publicado en 1892 sobre la
estructura de la retina, Cajal postuló la “Teoría Neurotrófica”, según
la cual los conos de crecimiento se orientarían hacia su ubicación
exacta atraídos por sustancias específicas. Cajal no hablaba, no podía
hacerlo en aquella época, de lo que hoy conocemos como neurotrofinas
pero sí lo hacía de factores quimiotáxicos que atraían o repelían.
Estamos en 1892 y ya Cajal consideraba que la migración neuronal y el
crecimiento axonal estaban regulados por una quimotaxis positiva y
negativa.
Por breve que sea la reseña sobre los hechos
fundamentales debidos a Cajal, no podemos dejar de mencionar de la
“Teoría de los Entrecruzamientos Nerviosos” mediante la cual explicó de
manera satisfactoria la percepción de una sola imagen de los objetos
situados en el campo de la visión común a los dos ojos.
Y hablar de la visión nos obliga a mencionar sus
magníficas contribuciones sobre la retina, uno de sus temas favoritos
de estudio. Hasta Cajal, la retina aparecía como una membrana integrada
por una serie de capas reticulares y granulares de significado
incierto. Tras sus trabajos apareció como una verdadera estructura
neural, en la que tipos específicos de células nerviosas llevaban el
mensaje visual hacia los centros encefálicos a lo largo de rutas
perfectamente definidas. Para poner de manifiesto el impacto del
trabajo de Cajal y nuevamente su sorprendente actualidad, es suficiente
decir que su extensa monografía ”La retine des vertebrés”, que vio la
luz en 1892 en la revista belga La Cellule, es
todavía el punto de partida para cualquier estudio anatómico de
circuitos retinianos.
Hoy sabemos que la información que recoge nuestro
sistema nervioso a través de receptores periféricos que detectan los
cambios que ocurren en el medio ambiente se procesa en el cerebro,
dando lugar a percepciones. La información adquirida puede ser
almacenada en forma de memoria sobre la cual el cerebro programa
respuestas motrices y emocionales que constituyen la conducta. Y todas
estas complejas funciones se llevan a cabo a través de circuitos
integrados por redes de neuronas que explican un gran número de
fenómenos neurológicos y mentales. Pues bien, nuevamente tenemos que
decir fue Cajal quien describe por primera vez estos circuitos en la
corteza cerebelosa y en la corteza cerebral, y no sólo los describe
histológicamente, sino que ya esboza, en su interpretación fisiológica,
la importancia que pueden alcanzar. Es decir, Cajal ya interpretaba los
circuitos neuronales como los depositarios de la memoria, que es lo que
la moderna neurofisiología formula con datos experimentales. Cajal
afirmaba esto en 1901 y tal aseveración podía parecer una audacia
peligrosa en aquella época. Ahora no nos parece así, y se conocen
hechos que acentúan la posibilidad de que los elementos de axon corto
representen acumuladores vinculados al proceso de la memoria.
Y otro tanto podríamos decir del problema de la
relación mente-cerebro, que ha derivado en el desarrollo actual de la
psicología cognoscitiva. También este tema preocupó profundamente a
Cajal quien estaba convencido del papel que desempeñaban las conexiones
dinámicas entre las neuronas en lo que él llamaba un medio para el
perfeccionamiento de las aptitudes psíquicas por multiplicación de las
conexiones interneuronales. Aquí se revela de nuevo como un gran
epistemólogo y establece posibilidades plausibles para explicar el
aprendizaje, su lentitud y su permanencia. La hipótesis que plantea
sobre la naturaleza del aprendizaje está basada en el establecimiento
de nuevas vías, gracias a la ramificación y crecimiento de las
arborizaciones dendríticas y axónicas. Cajal asumía que el cerebro de
un hombre cultivado poseía muchas más conexiones interneuronales y vías
establecidas durante el ejercicio mental que el cerebro de un hombre
inculto. Pero iba más allá: la multiplicación de conexiones podría
explicar la memoria lógica.
El copioso caudal de datos relativos a la
estructura de los centros nerviosos y de sus elementos componentes, le
sugirieron a Cajal la idea de reunir en una obra al menos los relativos
al sistema nervioso de los vertebrados y exponerlos sistemáticamente
para que pudiese apreciarse, de manera simultánea, la morfología y las
relaciones reciprocas de dichos elementos. Y así surgió la publicación
de su obra cumbre, la Textura del sistema nervioso del hombre
y de los vertebrados (1899-1904), obra formada por tres
grandes volúmenes, ilustrada con más de 900 grabados originales. Nos
dice Cajal al respecto en sus Recuerdos:
El
objeto de mi obra fue, desde luego,
crearme permanente estímulo para el trabajo intensivo; en previsión de
posibles horas de desaliento y de fatiga quise atar deliberadamente mi
voluntad, mediante formal compromiso de honor contraído con el público.
Respondió además, el citado libro a un egoísmo harto humano para ser
inexcusable: temeroso del olvido y poco seguro de dejar continuadores
capaces de recordar y defender ante los extraños mis modestas
adquisiciones científicas, tuve empeño en reunir en un todo orgánico,
las monografías neurológicas publicadas durante tres lustros en
revistas nacionales y extranjeras, amén de rellenar con nuevas
indagaciones los puntos antes no tratados. Pero ante todo y sobre todo,
deseaba que mi libro fuera – y perdonen el orgullo – el trofeo puesto a
los pies de la decaída ciencia nacional y la ofrenda de fervoroso amor,
rendida por un español a su menospreciado país…
En la colosal obra se hace patente una
característica muy sobresaliente de Cajal, su afán por extraer datos
fisiológicos y funcionales a partir de sus observaciones morfológicas.
En el análisis del tratado admira y sorprende su gran minuciosidad
descriptiva y a veces uno se pregunta por qué enumera tantos detalles,
que parecen superfluos, hasta que después se comprueba que los más
insignificantes en apariencia cobran una importancia decisiva a la hora
de su interpretación funcional. Ya el título de esta obra de la
Textura, viene completado con una aclaración muy significativa al
respecto cuando añade: “Estudios sobre el plan estructural y
composición histológica de los centros nerviosos adicionados de
consideraciones fisiológicas fundadas en los nuevos descubrimientos”.
En este aspecto, como en tantos otros, Cajal estuvo muy por encima de
los histólogos de su tiempo, que cerrando horizontes se limitaban a la
mera descripción morfológica.
Tampoco podemos dejar de citar su otro libro
fundamental Estudios sobre la degeneración y regeneración del
sistema nervioso, aparecido en 1913-14. Es, sin duda, la obra
más acabada hasta la fecha sobre este trascendental tema y una joya
dentro de los textos de Anatomía Patológica experimental. En los dos
tomos en 4º, que suman más de 800 páginas ilustradas con más de 300
figuras originales, reunió Cajal el fruto de sus numerosos trabajos,
sin olvidar – dice en el prólogo – los valiosísimos aportados por
ilustres extranjeros. Es un cuadro completo, aunque resumido, de los
conocimientos e investigaciones realizadas sobre un problema, la
degeneración y regeneración del sistema nervioso, cuya excepcional
trascendencia para la fisiología es fácil de imaginar. Estos estudios
de Cajal sentaron las bases para comprender los fenómenos
neurodegenerativos y es una experiencia recomendable leerlos hoy día
para darse cuenta de lo sorprendentemente actuales que resultan.
Pero hubo más, mucho más, que la falta de espacio
no nos permite detallar. Cajal dictó las leyes referentes a la
morfología y al dinamismo de las células nerviosas que englobó bajo el
título de “Leyes de ahorro de espacio, de tiempo y de materia
conductriz”. Y también descubrió y enunció el “Principio de
Divergencia”, - principio de “Avalancha de Conducción” lo llamó el -,
mediante el cual una sola célula nerviosa puede activar o inhibir a una
población de neuronas que entran en contacto con la primera. Igualmente
teorizó acerca de las bases anatómicas de la visión binocular, la
percepción del relieve y la visión estereoscópica, por no citar sus
decisivas contribuciones al conocimiento de la neuroglia.
Un considerable número de los trabajos hasta ahora
aludidos aparecieron publicados en la revista que refundó el propio
Cajal, esta vez en Madrid, en 1896, y que sufrió diversos cambios de
nombre. Inicialmente se llamó Revista Trimestral Micrográfica,
pero cinco años más tarde, al asumir la propia Universidad la
responsabilidad de su edición, cambió su nombre por el de Trabajos
del Laboratorio de Investigaciones Biológicas de la Universidad de
Madrid. A partir de 1901, y hasta 1937, la revista se publicó
en francés bajo el título de Travaux du Laboratoire de
Recherches Biologiques de l´Université de Madrid. Terminada
la guerra, y hasta el año 1979, se produjo un nuevo cambio de nombre al
recuperar la revista su idioma inicial, pasando a denominarse Trabajos
del Instituto Cajal de Investigaciones Biológicas. Todavía se
produjo un último cambio, en 1980, momento en que la revista pasó a
llamarse Trabajos del Instituto Cajal. Finalmente,
en 1987, el Instituto Cajal perteneciente al Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, decidió suprimir la revista, esa revista
que con tanto esfuerzo y cariño había fundado don Santiago casi cien
años atrás.
Gran parte del éxito de las publicaciones de Cajal
se fraguó por su extraordinaria capacidad para sintetizar las
observaciones en esquemas perfectamente organizados y por las dotes
artísticas con las que presentaba sus dibujos. ¿Cómo extraía Cajal la
información de las imágenes del microscopio, transformándolas en las
ilustraciones que aparecen con impresionante claridad en sus trabajos?
Aunque sorprenda la afirmación, Cajal era capaz de plasmar directamente
sus observaciones del microscopio en el papel a mano alzada. Además el
espesor de las secciones necesario para acomodar, por ejemplo, la mayor
parte de una neurona y sus apéndices con la técnica de Golgi es
considerable y el caso de Cajal no es una excepción, aproximándose a
las 100 m en los que se han medido. En esas condiciones tan solo una
pequeña parte de una célula nerviosa se puede enfocar en un determinado
momento por lo que el examen requiere un continuo movimiento del ajuste
fino del microscopio. Cualquiera que haya intentado dibujar a altos
aumentos una tinción de Golgi, incluso con las ventajas ópticas
actuales, de las que no pudo disponer Cajal, sabe lo difícil que
resulta obtener una impresión completa de una neurona y sus relaciones
con otras vecinas si no se hace uso de una cámara lúcida o de algún
otro dispositivo de representación. Cajal conocía a la perfección estos
artilugios como podemos comprobar por la detallada descripción que hace
de ellos y su modo de operación desde 1889 en los capítulos
introductorios de las sucesivas ediciones de su obra Manual
de Histología Normal y Técnica Micrográfica, pero en muy
contadas ocasiones, - como en el trabajo de La Cellule de 1891 “Sur la
structure de l´corce cerebrale de quelques mammiferes” -, reconoce
haberlos utilizado. En la mayoría de las ocasiones, por sorprendente
que parezca, Cajal dibujaba a mano alzada.
Y otro ejemplo de genialidad, diferente de los que
acabamos de relatar, lo tenemos en las aportaciones que hizo Cajal al
desarrollo de la fotografía. Durante su infancia se topó con varios
especialistas en daguerrotipia, pero lo que le produjo un
extraordinario asombro fue conocer directamente, hacia 1868, la técnica
del colodión húmedo. Fue así como Cajal tomó contacto con la
fotografía, que sería no sólo una de sus aficiones favoritas, sino
también un instrumento de trabajo que dominó, desarrolló y sobre todo,
perfeccionó. Durante la primera década del siglo XX Cajal publicó una
serie de artículos técnicos sobre fotografía que aparecieron en
revistas como La Fotografía, La Revista
de la Real Academia de Ciencias y los Anales de la
Sociedad Española de Física y Química, que culminaron con un
libro publicado en 1912 sobre La fotografía de los colores en el que se
nos muestra como un físico investigador de primer orden y nos desvela
los secretos de una técnica de la que fue pionero en España. Sus
últimas publicaciones relacionadas con el tema estuvieron consagradas a
problemas de microfotografía, especialmente a la microfotografía
estereoscópica del tejido nervioso, que permitía observar células
nerviosas en tres dimensiones.
Resulta igualmente obligado comentar brevemente la
obra literaria de Cajal, obra que obviamente quedó eclipsada por la
trascendencia de su aportación como científico, al igual que lo fueron
otras muchas facetas entrañablemente humanas de un Cajal polifacético.
La obra literaria de Cajal, que abarcó desde la
narrativa hasta el ensayo es una fuente inigualable para conocer a su
autor en distintas etapas de su vida. Su inicio podemos fijarlo en 1885
con la publicación de los Cuentos de vacaciones,
una colección de relatos calificadas por Cajal de narraciones
pseudocientíficas y que constituyen un precedente de lo que hoy
conocemos como género de ciencia ficción.
Posteriormente llegaron cuatro libros en los que
dejó reflejado una buena parte de su pensamiento y sus experiencias
vitales. El primero al que aludo es Recuerdos de mi vida.
Fue un libro al que Cajal tuvo en gran estima y que escribió pensando
en la juventud, a quien realmente iba dirigido, con la finalidad de
contarles los avatares de su vida, pero siempre desde una óptica
positiva llena de entusiasmo. Es una lección de optimismo ante las
adversidades y un llamamiento a la tenacidad y perseverancia en el
trabajo. El libro resulta fundamental por lo que nos enseña de los
sinsabores por los que tuvo que pasar Cajal hasta llegar a su condición
de maestro, pero también es una lección en el terreno de la ética.
Sorprende la sencillez con la que relata sus periodos de aprendizaje y
el reconocimiento y gratitud que muestra para todos aquellos que
contribuyeron a su formación. Y también en esta obra es posible
apreciar la grandeza del perdonar. Cajal no menciona a muchos de los
contemporáneos que se opusieron a su quehacer y en los pocos casos en
que lo hace utiliza un estilo tan elegante que más bien parece que
trata de alabar al opositor más que denostarlo.
Otro libro imprescindible, obra clave en la
historia de la pedagogía, es Reglas y consejos sobre
investigación biológica (Los tónicos de la voluntad). La
génesis de esta obra hay que buscarla en el discurso de ingreso de
Cajal en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales que
tuvo lugar en la sesión del 5 de diciembre de 1897, llevando por
título: Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la
investigación biológica. Su discurso, es el generoso presente
del hombre excepcional a la medianía humana, para alentarla en sus
afanes de conocer, para ofrecerles el ejemplo de que el saber no es un
monopolio sino el fruto del esfuerzo, del trabajo y la vocación. El
interés de lo escrito por don Santiago para tan solemne ocasión hizo
que el doctor Lluria lo reimprimiera a su costa pocos meses después. Al
transformarse la conferencia en libro, Cajal introdujo ciertos retoques
de estilo a la vez que daba mayor extensión a la obra.
La tercera obra literaria de Cajal a la que quiero
referirme apareció en una edición príncipe en 1920 con el título de Chácharas
de café, que cambió al de Charlas de café
en la edición de 1921. El propio Cajal definía como colección de
fantasías y divagaciones sin la pretensión de sentar doctrina. En ella
encontramos toda una serie de pensamientos, proverbios y sentencias
filosóficas sobre temas tan diversos como la amistad, el amor, la
moral, la mujer, la política y otros que, además de ayudarnos a conocer
la personalidad de su autor nos ilustran sobre las características de
la época. Una época en la que efectivamente las tertulias de café
estaban en boga y contaban con Cajal entre sus asiduos.
Cualquiera de los libros mencionados
anteriormente, pero mejor los tres juntos, nos revelan una imagen del
carácter y personalidad de Cajal, cuyos rasgos más salientes son una
modestia sincera en la valoración de su esfuerzo y de su inteligencia,
y una exaltación de su voluntad de crear ciencia en aras de un sincero
patriotismo. Queda una cuarta obra literaria. En los últimos años la
salud de Cajal comenzó a deteriorarse. Sus visitas al laboratorio se
fueron espaciando hasta desaparecer totalmente, aunque don Santiago
seguía siendo un símbolo y un ejemplo para todos. Fue en estos meses
postreros cuando publicó su última aportación literaria El
mundo visto a los 80 años, a la que añadió el apóstrofe de Memorias
de un arteriosclerótico. Es la visión de la vida de un hombre
que, conservando la plenitud de sus facultades mentales, asiste a la
imparable realidad del agotamiento físico. Ello no es óbice para que
comprobemos que está escrito con plena lucidez y cómo a pesar de su
decadencia física todavía posee un poderoso cerebro del que brotan los
pensamientos con igual pujanza y vigor que en los años juveniles. La
heterogeneidad de la obra no impide que encontremos magníficos puntos
de reflexión sobre diversos temas que van desde el patriotismo al arte,
pasando por el desastre colonial o la moda, por citar algunos de ellos.
Es una magnífica oportunidad no sólo para conocer el pensamiento del
autor sino para tener una visión del panorama socio cultural de una
época de la reciente historia de España. Terminó de escribirlo en mayo
de 1934 y apareció publicado pocos días después de su muerte. Don
Santiago también trabajo en obras de carácter científico durante
aquellos últimos meses de su vida. Así concluyó en 1933 su libro ¿Neuronismo
o reticularismo?, que es su última defensa de la teoría
neuronal, y que aparecería publicado casi coincidiendo con su
fallecimiento.
Llegado el momento los políticos repararon en él y solicitaron su
consejo respecto a la anhelada regeneración. Sin interrumpir los
trabajos de investigación intervino entonces decididamente en la vida
pública del país y se aplicó a realizar la idea a la que ha dedicado su
vida: servir a su patria. Cajal señaló algunas reformas necesarias en
el orden cultural, entre las que priorizaba el sacar a la Universidad
de su letargo mediante la incorporación de eminentes profesores
extranjeros; el becado en los grandes centros científicos de Europa de
los jóvenes más brillantes; la creación de grandes Colegios adscritos a
Universidades o la fundación de Centros de alta investigación donde
trabajasen las personas más capacitadas. De dicho programa tuvo
inmediata acogida el envío al extranjero de los jóvenes mejor
preparados para la investigación científica. Se creo para ello una
institución rectora: la Junta para Ampliación de Estudios e
Investigaciones Científicas, organizada por José Castillejo y presidida
y amparada por Cajal que constituyó un paso decisivo en el progreso
científico de España, en donde se creó un auténtico espíritu decidido a
recuperar el tiempo perdido y un entusiasmo por todo aquello que
significase progreso cultural.
Es cierto que tras el reconocimiento
internacional, su querida patria también trató de facilitar su propio
trabajo. La reina Maria Cristina se ocupó personalmente de que Cajal
dispusiera en Madrid de un adecuado laboratorio oficial mientras las
Cortes, a propuesta de Francisco Silvela, autorizó la creación del
Laboratorio de Investigaciones Biológicas, que durante treinta y dos
años estuvo enclavado en el viejo edificio del Museo Antropológico del
Doctor Velasco, en la madrileña glorieta de Atocha. Consecuencia de
este último hecho fue la aparición de la escuela histológica,
acontecimiento insólito en nuestro país, en el que un exagerado
individualismo ha impedido que muchos de nuestros grandes hombres hayan
tenido seguidores. La escuela neurológica española se inició con los
albores del siglo, en 1902, siendo su característica fundamental la
libertad intelectual. Cajal se preocupó de fomentar la iniciativa
individual y la independencia de juicio entre sus discípulos,
manteniendo siempre un absoluto respeto sobre la paternidad de los
descubrimientos. Y también, eso sí, luchó por inculcar la idea de que
la gloria no debe cifrarse en la vana exhibición personal sino en la
perennidad de la obra realizada. Y a ésta, sólo se llega con trabajo,
confianza en el propio talento y honestidad.
Obviando la falta de antecedentes y la ausencia de
ambiente propicio, Cajal demostró que en España era posible hacer
ciencia si se creaban las circunstancias adecuadas para ello. España
estaba atrasada pero no decadente. El maestro había dado pues, una
lección impagable a su patria, al demostrar, con su propio ejemplo, que
la educación, la auto educación, son capaces de crear lo más importante
para la gran ciencia que es la voluntad de hacerla. Gracias a su
demostración de que los españoles éramos capaces de hacer ciencia
original de calidad, el maestro tuvo al menos la satisfacción de ver
durante el último tercio de su vida cómo se fraguaba en España el
renacimiento cultural por el que tanto había luchado. Y también pudo
comprobar cómo sus discípulos, Achúcarro, Tello, Lafora, Castro,
Lorente de Nó, Rio-Hortega, Sánchez, “la escuela Cajal” en definitiva,
creaba ciencia de primer nivel y alcanzaban reconocimiento
internacional. Los acontecimientos iniciados en 1936 se encargaron de
arrasar, entre otros logros, la escuela histológica española, que vio
como muchos de sus integrantes tuvieron que abandonar España y los que
no lo hicieron quedaron marginados sin posibilidad de continuar su
labor. Por desgracia para nosotros, esa moral intelectual, que no sólo
con Cajal, sino con muchos otros, había ya arraigado en España, fue
históricamente eclipsada por muchos años. Y ya no se tuvo aprecio por
lo que aquellas generaciones mejores habían logrado a fuerza de
indecible sacrificio.
Santiago Ramón y Cajal se encuentra en ese selecto
grupo humano al que solo se llega cuando la naturaleza y el trabajo
dotan al hombre de la condición de genial. Cajal es un genio, en el
doble sentido de la inspiración y del esfuerzo. Su obra nació de la
inteligencia y encontró en la voluntad a la mejor de sus aliadas y en
ella, en su obra, debemos recordar siempre dos aspectos esenciales. El
primero es su labor personal de investigación, sus descubrimientos, lo
que le condujo a la fama como hombre de ciencia. El otro, su actividad
como organizador del renacimiento cultural de su patria.
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